Francia: Chapa tu gerente y déjalo descamisado

En estos días en que las noticias, —al igual que la comida—, entran primero por los ojos, hay que estar muy atentos y no perder detalle; especialmente si por muy parecidas que sean las imágenes, éstas no forman parte de una misma secuencia o tema noticioso y, por el contrario,  corresponden a hechos diametralmente distintos. Por ejemplo, un hombre con el torso desnudo, subiéndose a una reja para saltar y correr luego como si en ello se le fuera la vida, bien podría tratarse de una toma individual ponchada a un inmigrante sirio burlando las barreras impuestas por la policía húngara; o un inmigrante afgano burlando las rejas francesas en Calais, Francia.

Pero no, las imágenes que han alcanzado notoriedad mundial esta semana, corresponden a un alto ejecutivo francés, Xavier Broseta,  nada menos que el gerente de recursos humanos de Air France huyendo despavorido y descamisado,  tratando de poner distancia entre su vida y el objeto principal de su trabajo: los recursos humanos; es decir, la gente, los propios trabajadores de Air France.

No fue el único mandamás venido a menos; Pierre Plissonnier, gerente de vuelos de larga distancia, tuvo que ser escoltado por guardias de seguridad,  la distancia que media entre la sala del directorio de la compañía y la plena calle; (sin duda, para él habrá sido una distancia muy similar a la de su rango: demasiado larga); todo este desfile, —un auténtico callejón oscuro de gritos e insultos por parte de airados trabajadores—, lo hizo luciendo su corbata ajustada al cuello blanco de una camisa a la que le  faltaban las mangas,  media pechera y media espalda; del saco,  de aquel impecable terno, mejor no hablar porque estaba hecho jirones.

En la culta Francia, sede de la antigua Ciudad Luz, París, tan dada a la grandilocuencia, aparatosidad y auto exaltación de su intelligentsia parece que algo se les está saliendo del folleto turístico; o bien, el viejo río de la historia está regresando a su antiguo cauce revolucionario; digo a la tumultuosa Bastilla, a los adoquines  y las barricadas de la legendaria Comuna, y al mayo del 68 del siglo pasado. Ya, —más cerca en el tiempo—, hace una década, miles de jóvenes habitantes de los suburbios  parisinos decidieron que no había suficiente luz parisina por los alrededores  y se echaron a prender fuego a miles de carros ajenos.

La noticia de esta semana nos refiere a la incursión de un centenar de trabajadores de Air France, precisamente en la sala del Directorio donde se estaban ultimando los detalles del despido masivo de 2,900 trabajadores; además, los directores estaban afinando los detalles de cómo obligar a los pilotos a trabajar más horas por el mismo sueldo.

La élite de gerentes había notado que la compañía estaba mal —ellos no—; que era necesario incrementar la productividad de los trabajadores— no de ellos—; que si querían ponerse a la par de la competencia de otras compañías, (especialmente de aquellas de bajo coste),  sus trabajadores tenían que igualarlas en competitividad, —ellos no tenían que bajarse el sueldo—; que no era posible que los gerentes tuvieran que tolerar que sus trabajadores tuvieran expedito el derecho a la huelga y otros beneficios laborales, cuando la competencia, en la pro occidental y muy moderna satrapía catarí, (Arabia), la desobediencia a los ejecutivos y  el intento de huelga está furibundamente penado con cárcel. De modo que sólo quedaba arrasar con tanta gollería laboral y olvidarse de las viejas pamplinas de la Liberté, Égalité y la Fraternité y regresar vía memorándum a Luis XVI, a María Antonieta, o lo que es lo mismo a Christine Lagarde, (ahora de paso por Lima), para que la plebe sepa dónde está su lugar y dónde están ellos y, por qué, lo único que les toca a los de abajo es acatar y obedecer.

Marx decía, en el siglo XIX, que el capitalismo, —con todos sus defectos— era mucho más revolucionario, moderno y avanzado que el feudalismo y el esclavismo. Lo que no sabía Marx es que el capitalismo en su fase final, bruta y achorada, (ahora en el siglo XXI) iba a regresar a su estado fetal y divagar entre señores feudales, (gerentes) y monarquías, (corporaciones). No resultan pues sorprendentes acciones anarcosindicalistas de principios del siglo XX, cuando los patrones han puesto su reloj en la hora de hace dos siglos.

En todo caso, todo es cuestión de suerte. Una cosa es ser gerente en un país, Francia, cuya historia registra una revolución que llevó a la guillotina, nada menos que al Rey y su corte; y otra cosa es ser gerente en el Perú, cuya historia registra cómo su Rey/Inca, en vez de plantarle cara al invasor y conquistador,  lo quiere coimear para salvar el pellejo. De otra manera no se entiende como un patinador como Luis Valdivieso, presidente de la asociación de AFPs, afirmara en tono soberbio y desafiante el pasado 4 de octubre, que los afiliados de las AFPs peruanas deberían darse por satisfechos ya que los  administradores  de sus fondos, —o sea, los que él preside— en vez de hacerles perder un montón, les han hecho perder menos y eso —esta tremenda habilidad—: ¡Cuesta!

No dijo: “¡Cuesta carajo!”, —la verdad—, pero sonaba como si lo hubiera dicho y estuviera reprimiendo a la audiencia.

Pero allí sigue, orondo, soberbio y desafiante; y patinando entre cargo y cargo, —como tantos otros—, con el terno completo, la camisa completa, muy bien enfundada en ese vientre de buen yantar y la corbata, muy bien amarrada al cuello, y sin que una mosca le perturbe la estampa.

Publicado originalmente en LaRepública.pe

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